- HdlN 03 Familia
- HdlN 02 Juntos
- HdlN 01 Las Ménades
Nota: Este capítulo tiene lugar poco antes de los combates de sucesión de Géminis y Sagitario.
Juntos
Llevaba tanto tiempo esperando, que Aioros ya no sabía en que entretenerse. Se revolvió los rizos por enésima vez aquella tarde y suspiró. Saga no solía llegar tarde nunca. Y cuando lo hacía, solía tener un buen motivo para ello, pero lo cierto era, que el joven arquero no quería pensar en ello. Las cosas habían estado especialmente difíciles a ultimas fechas, lo sabía, a pesar de que Saga no había mencionado nada.
Se había ido de su rincón de entrenamiento y había vuelto a casa, donde esperaba en la escalinata de entrada. Orestes lo acompañaba, pero nada de lo que dijera el mayor, parecía capaz de tranquilizarlo.
—Mira quién está ahí—dijo el santo. Miró con discreción al geminiano, y esbozó una sonrisa cargada de tristeza. Aquella era su vida, pero no dejaba de darle lastima que algunas cosas tuvieran que ser así. Después, palmeó la espalda de Aioros, animándolo a que se acercara.
—Hey… —La voz suave del peliazul le sacó de sus pensamientos, llegó hasta ellos en un susurro, y toda la tranquilidad que invadió al joven arquero al verlo llegar, se esfumó al contemplarlo con más detenimiento.
—¿Qué…?—atinó a decir. El gemelo miró hacia otro lado.
—¿Entrenamos? —Saga evitó la respuesta, pero la mirada azul del castaño lo recorrió de pies a cabeza.
Saga era brillante, era… verlo así de maltratado, casi lo hacía temblar de miedo. Tenía una herida en el pómulo, y su mejilla empezaba a lucir un tono amoratado nada agradable. Un golpe había cortado su labio inferior, y su ropa de entrenamiento estaba empapada de sangre. Había tratado de limpiarse, pero aún tenía restos de sangre en el cuello, igual que en las vendas de las manos. Había poca gente capaz de infligirle ese daño.
—¿Estás bien? —Era una pregunta estúpida, pero la única que atinó a formular.
—Sí, pero es tarde… Me retrasé. —Se apartó un mechón de la melena de la cara, y por un segundo, el dolor que sentía lo traicionó, dejándose ver en el rostro magullado .—¿Entrenamos o no?
Su voz, usualmente pausada, se escuchaba casi irritada e impaciente. Saga estaba disgustado, además de dolorido.
—De acuerdo, pero solo un rato… necesitas descansar. —El peliazul apretó los labios con disgusto, gesto del que rápidamente se arrepintió, cuando el corte amenazó con abrirse de nuevo.
Aioros sabía que mantenerse ocupado, era para Saga una vía de escape. Podía invertir horas y horas entrenando, hasta desplomarse rendido. Nunca era suficiente, porque la perfección que Saga buscaba, resultaba prácticamente inalcanzable. Sin embargo, era en momentos como aquel cuando más lo necesitaba el geminiano… y menos lo hacía su cuerpo.
Apenas tuvo tiempo de reaccionar, pues el peliazul no pronunció una sola palabra más, cogió fuerza, y se abalanzó contra él, echando a un lado el dolor que lo atenazaba. Después de todo, sino aprendía a dominarlo, ¿cómo iba a lograr ser un Santo Dorado a la altura? No importaba cuanto doliera, ni cuanto le temblara el cuerpo, ni la sangre que manchaba todo. Tenía que continuar. Sin detenerse, nunca. No importaba qué sucediera o quién fuera la causa.
No importaba. Iba a ser un santo, iba a ser el mejor de todos ellos, y tenía controlar todas esas estúpidas emociones que lo hacían ver como un niñato.
—¡Rápido!—masculló Aioros al esquivar un golpe.
Las habilidades físicas de ambos no solamente se habían equilibrado a lo largo de los años, sino que en ese campo, el castaño sabía que lo había superado. El estilo de cada uno era diferente, él era más… convencional. Los movimientos de Saga eran más rápidos, elegantes, más sutiles, como un baile. No derrochaba ni un poco de energía, ni se dejaba llevar por la adrenalina del momento.
Sin embargo, a pesar de la velocidad con la que el peliazul se desenvolvía, no le resultó difícil encontrar una brecha en su ataque. Saga no estaba pensando, y cuando no pensaba… Atrapó su muñeca y la retorció sutilmente, después golpeó, y en el preciso momento en que su rodilla se hundió en el pecho del peliazul, escuchando su quejido, supo que aunque se había controlado, no había sido suficiente. Saga nunca hubiera caído en aquella rutina de golpes si estuviera concentrado.
El peliazul cayó al suelo y apenas unos segundos después, en medio de un ataque de tos, trató de incorporarse sobre sus rodillas escupiendo sangre.
—¡Joder, Saga! —Aioros se arrodilló a su lado. —¿Qué…? No te di tan fuerte… ¿verdad?
—Tranquilo… —Cuando su respiración se apaciguó, se limpió la boca con el dorso de la mano, y suspiró. —No has sido tú…
—No deberíamos entrenar. Necesitas ver a Eudora y descansar un poco, creo que ha sido un día largo.
—No creo que pueda moverme en un rato.
—Vamos, te ayudo, entremos en casa.
Casa. Lo curioso de todo era que, efectivamente, sentía que Sagitario era más su hogar que Géminis. Para él, el tercer templo se había convertido en una jaula con tres lobos rabiosos dentro esperando a matarse entre si. Rendido, se dejó ayudar. Estaba demasiado cansado.
—Arriba. —Con el brazo sobre su hombro, Aioros lo levantó.
—Si tengo que subir o bajar más escaleras, me caeré y me romperé el cuello.
—Lo veo bastante probable. —Lo miró de soslayo. Estaba preocupado, mucho, y además, sabía reconocer las señales. La melena azul, desordenada y enredada, le tapaba el rostro y desde donde estaba no podía verlo. Saga lo agradecía, porque si lo hacía, lo vería llorar y por nada del mundo quería tal cosa. Bastante tenía ya…
Orestes les observó, y antes de que los chicos le alcanzaran, las alas doradas de Sagitario se perdieron en la oscuridad del salón de batallas. El sol estaba en las últimas. Les dejaría solos, daría un paseo, y luego iría por Eudora. Hacía mucho tiempo que el Maestro le había pedido que vigilara a los chicos.
Y lo había hecho, no porque fuera una orden, sino porque realmente se preocupaba por ellos. No había que ser un genio para darse cuenta de que habían perdido a Kanon. Ni tampoco para saber como eran las cosas en Géminis. Él había crecido con Zarek, lo sabía de primera mano. Le asustaba la situación, pero sobre todo, le frustraba. Le frustraba saber lo que sucedía y no poder hacer nada por ayudar. Era el camino de un santo, tortuoso y duro… se decía. Pero no por ello le parecía menos injusto.
Aioros lo observó marchar, y después de mucho esfuerzo, lograron llegar a los privados del templo. Condujo a Saga a su habitación, y lo dejó con cuidado en la cama.
—Iré por el botiquín, espera aquí. —El peliazul asintió, y cuando el arquero se marchó, reparó en que justo a su lado, un sufrido peluche de león lo miraba desde la almohada. Lo conocía. Probablemente, aquel era el único juguete que Aioria tenía. Recordaba perfectamente el día en que Aioros lo había comprado en la tiendecita de Rodorio. Él le había acompañado… y le había ayudado a pagarlo. Ninguno de los dos tenía dinero suficiente para comprar juguetes, pero juntos… Juntos, todo, todo, era diametralmente diferente.
Tomó al león con las manos, y acarició sus orejas. Cerró los ojos, y una oleada de lágrimas los inundó de nuevo.
—Ya estoy aquí. —Saga no lo miró. —Veo que has encontrado a Rugidos. —Solamente asintió. Aioros se sentó a su lado y dejó el botiquín entre los dos. —Espero ser buena enfermera… aunque no estoy seguro de que esto se me de bien.
Pero solo recibió silencio como respuesta. Se deshizo de las vendas de las manos, y del mejor modo que pudo, limpió las heridas que estaban a la vista. No podía hacer mucho más. Había ocasiones en que se sorprendía de la docilidad que Saga podía llegar a mostrar. Cuando acabó, se sentó en el suelo, apoyando la espalda junto a la cama. Desde donde estaba podía escuchar la pesada respiración de Saga.
—Fue Kanon, ¿cierto?
—Solo entrenamos…
—Hacía mucho que no lo hacíais. —Y en lo que al respectaba, no debían volver a hacerlo jamás. Había demasiada rabia acumulada. —¿Te defendiste? —Silencio. Aioros rodó los ojos. Saga era incapaz de hacer nada en su contra. —¿Qué pasó? —Se atrevió a preguntar. Vio de soslayo hacia él. El gemelo había abierto los ojos. Pasaron unos segundos más sin respuesta, y cuando Aioros pensó que no tenía caso insistir, el peliazul habló.
—Me odia—murmuró—. Ni siquiera sé por qué… —El arquero no necesitó mirarlo para saber que el modo en que su voz se había roto, solo significaba una cosa: lloraba. Lo peor de todo, era que Aioros no tenía ni un solo argumento que probase lo contrarió. No tenía manera de consolarle, de decirle que con el tiempo, todo estaría bien. —Todo son reproches, son gritos, son peleas… No podemos estar siquiera en la misma habitación.
—Kanon… —No supo continuar.
—No hay nada que hacer. Le perdí…
—Antes o después recordará que sois hermanos, esas cosas no se olvidan tan fácil. —Al menos, es lo que quería pensar.
—No… —Su voz se quebró de nuevo, y con ella, una parte del corazón de Aioros también lo hizo. —No sé hacia donde vamos… no queda mucho para nuestro combate de sucesión y…
—No pienses en eso ahora. —Aunque imaginaba, que si él mismo estaba asustado por ese combate en concreto, no quería pensar en como se sentiría Saga.
—No quiero pelear contra él. No quiero tener que… —Matarlo. No lo dijo, pero Aioros no necesitaba escucharlo para saberlo. —No podré hacerlo y entonces, quien terminará muerto seré yo.
—Eso no sucederá. —Pensarlo, le rompía el corazón. —Esa armadura es tuya.
—Aun suponiendo que Kanon… —Tragó saliva. —Está Zarek. —A él lo odiaba con todo el alma, y no tenía ninguna duda de que si llegaba el momento lo mataría sin pensarlo, pero no hacia que su panorama fuera más sencillo, al contrario. Tenía dos rivales en lugar de uno.— Son tan para cual.
—Preocupémonos de eso cuando llegue el momento, Saga.
—Es mi gemelo… —Aioros vio la lágrimas, sin quererlo, sus ojos se empañaron. —Es… No se cómo pudo olvidarlo, pero le echo de menos, y cada vez que esto pasa… —Le mataba lentamente. —Me quiere muerto. ¿Lo entiendes? —Pero no, no lo entendía. No podía hacerse a la idea de que algún día, Aioria sintiera lo mismo por él. —Y siempre logra sacar lo peor de mí. —Y esa parte, le asustaba. —Me siento…
—No estás solo. —Se adelantó, porque no quería escucharlo. —Me tienes a mi. No soy tu gemelo… pero soy tu hermano de todos modos. Yo lo siento así y jamás va a cambiar. —Las lágrimas arreciaron y los ojos del arquero se empañaron. —Eh, escúchame. Te quiero, ¿entiendes? No voy a dejarte solo, pase lo que pase. Tú tampoco me dejarías a mi, ¿cierto? —Tras un rato de silencio, el peliazul contestó.
—Idiota. —Aioros esbozó una sonrisa minúscula. Era la clásica respuesta que daba Saga cuando mostraba más emociones de las que le hacían sentir seguro. Su infantil modo de defenderse.
—Di lo que quieras… —Revolvió la calamitosa melena azul. —Pero esta es tu casa, ¿de acuerdo? Sabes que puedes venir siempre que lo necesites, siempre que quieras… No tienes que buscar excusas, ni dejarte apalear para ello.
—No me dejé. —Y eso era casi peor. Kanon tampoco había salido bien parado.
—No… pero estabas hecho un trapo antes de llegar aquí. Creo que terminé de romperte una costilla. —Saga se llevó una mano al costado y siseó. —Lo siento—dijo apesadumbrado. El gemelo no respondió, solamente negó suavemente con su rostro y cerró los ojos.
Siguió llorando, sin moverse, sin hacer un solo ruido; sintiendo tanta rabia como dolor. Por un momento, Aioros pensó que se había dormido, agotado. Sin embargo, en ese instante, el peliazul lo sacó de su ensoñación y rompió la calma de la habitación.
—Yo tampoco te dejaría nunca. —Respiró hondo. —Hace mucho tiempo que te siento más mi hermano, de lo que sentí a Kanon en años. No quiero estropearlo… no quiero fallarte. Se que no hablo mucho …
—No hace falta que lo hagas. Se que me quieres. —Infló el pecho orgulloso. —Soy casi irresistible. —Después le tendió el puño, y casi con timidez, Saga chocó con el suyo. —Juntos.
—Juntos.
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